domingo, 21 de noviembre de 2010

ENTREVISTA: PATRICIO GRINBERG / LA POSIBILIDAD DE UNA ESCRITURA

AC: ¿Cómo empezaste a escribir?

PG: No sé, tengo muchas distintas respuestas y ninguna me parece buena. Escribo algunas y dejo que cada uno elija la que prefiera.

A los 16 años, después de una operación. Ahí, en el encuentro del quirófano y la anestesia, había algo que no conseguía decir y que pensé que tal vez escribiendo podría. Nunca pude, claro, pero seguí escribiendo. Intermitentemente, y sin convicción, pequeñas prosas deformes que no terminaban de saber hacia dónde se dirigían.

Había una chica que un día me dijo que tenía que escribir, que yo escribía aunque no lo hiciera, que tenía que escribir poesía. Volví a intentar. Pocas cosas que siempre abandonaba, pruebas sueltas de que no, evidentemente no, que aunque quisiera nunca podría. Ahí, cuando empezaba a perder la idea de escribir, encontré algo parecido a una escritura, la posibilidad de, un circuito a seguir. Probablemente haya sido un error, una de esas ideas idiotas de alguien que se aburre en un trabajo de oficina. Pero esa chica todavía estaba ahí, y todavía creía que yo debía escribir, y yo amaba a esa chica.

Para cuando finalmente descubrí mi vocación de estrella rock, ya era demasiado tarde, tanto que incluso la idea de percusionista en una banda sin nombre resultaba imposible. Dos o tres meses perdido en la facultad de medicina y el proyecto de científico genial un día simplemente se evaporó. A veces pienso que escribo por defecto, que sólo empecé a escribir cuando acepté que ninguno de los muchos hermosos destinos que había imaginado me correspondían.

Tal vez haya empezado a escribir mucho antes. Hay una grabación familiar, yo muy chico, contando que me caí en un charco en la vereda, contando todo lo que vi dentro y cómo estuve a punto de ahogarme si de pronto no me hubiera rescatado una ballena. Cada tanto pienso que escribir es mentir, intentar todo el tiempo decorar realidad. Cada tanto pienso que empecé a escribir cuando tenía cuatro.


AC: Tu primer libro, "La Jabalina", termina reflexionando sobre "una grieta diminuta en la extensa superficie blanca del discurso", y concluye que no importa, ya que nadie podría notarla: resulta difícil no entenderlo como una poética, pero también como una puesta en escena voluntaria de las contradicciones de quien escribe poesía: ¿seguís viendo a la poesía como esa grieta que nadie nota?

PG: Sí. No. No sé.

La jabalina es el ensayo de tres formas diferentes de aproximarse a un mismo punto. Esa grieta en el discurso es sólo un decir una vez más eso que se intentó decir mucha veces a lo largo de todo el libro. Podría pensarse como una poética, un pliegue en el lenguaje que le permita ir contra sí mismo, hay quienes escriben confiando en el lenguaje, yo sin embargo, la mayor parte del tiempo al menos, soy de los que desconfía.

“De todos modos no importa, nadie lo notaría”, llegó mucho después, meses después de haber terminado el libro, es casi un epílogo de último momento. Al principio pretendía decir lo personal, del todo privado, lo muy para nadie de ese punto al que todo el libro se dirigía. Con el tiempo, no se por qué, se transformó en una idea de escritura, un especie de declaración de principios, algo así como un mantra de la resignación que mecánicamente repito cada vez que me siento a escribir.


AC: ¿Cómo fue el proceso de escritura de "Manila"?

PG: Manila son tres libros, lo que quedó después de muchos años de corregir. A veces pienso que son las ruinas de lo que escribí. Cada libro responde a un procedimiento completamente distinto.

Fedra sólo pretendía decir el extraviarse. La primera versión no era más que un soso contar cómo un personaje se perdía. Después vinieron muchos, muchísimos en verdad, intentos de que fuera el texto el que se perdiera. Lo único que conseguí fue un enjambre incomprensible de frases inconexas, 200 páginas de nada. Todas las versiones que siguieron, fueron intentos por simular alguna dirección, suprimir, variar, repetir, intentando insinuar un recorrido que no existe o que nunca se revela.

Drop es casi su contrario, el anverso, el intento de concentrar mucho en un solo punto, completamente quieto. Durante un año tomé notas de todo lo que leía, veía, pensaba y durante los años siguientes intenté componer una situación, una escena, dos o tres fotografías que consiguieran encerrar todo eso.

Huye es otra cosa, un accidente, un texto que un día encontré mientras revisaba mis notas buscando otra cosa. No recordaba haberlo escrito, en verdad, no recordaba una sola palabra. Lo publique casi sin corregirlo, casi así como lo encontré. Puede que no sea mío, que sean partes de un libro de otro que me hubiera gustado haber escrito.






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