Putos cabrones, peores que políticos y analistas
políticos, no notan que el pederasta lleva fervor
y el lavacarros estructura social a su encuentro
de cada semana. Uno es por soledad aglutinada
en los testículos, el otro debido a encantamiento
con la voz patronal, mientras el dinero si sombrea
de poder los cuerpos, solo es como término derivado.
Lo explícito, como siempre, usurpa la fuerza
de lo implicado, pero si propulsado por la energía
nuclear del orden de clases, un petardo de semen
les diera en la cara, de nuevo errarían el juicio:
creerían los putos cabrones que es caca de pájaros,
como una metáfora teledirigida de los gobernantes
de la que se pueden inferir baja de impuestos
y feriados largos. ¡Y se reirían! bajo el sol de estío,
las caras blanqueadas, payasos de la inmortalidad.
No pueden ver en el astro sino cambio de horario.
No pueden concebir que el movimiento existe,
ni que no ocurre entre dos puntos sino que los hace,
como un tarareo que luego es mano que escribe,
acontecer. Sí, son harto veloces, toman ascensores
de motor lineal del piso de abajo al piso de arriba
y con suerte las compuertas los dejan en otro año
aunque en el mismo día. Eso es lo que Dios concede:
la vuelta sin haber salido de casa. Circularidad.
Menstruación. El sol y la luna. Y en torno
del Centro (de Convenciones / Cultural y de Artes)
el cumplimiento de las profecías de los padres
y la más amplia variedad de tatuajes para embellecer
con cristos sangrantes y dragones la eternidad.
Entre tanto, no perciben la eternidad de cada micra
de agua al embeber cada micra de piel: no saben
ir con su cuerpo a la playa; no saben sumergirse
en el cauce: no saben nadar en el cauce del cuerpo.
Los putos cabrones terminan cachando con un pene
de terno, y aceptado que somos mucho menos
que lo que pudimos ser pero somos asimismo
mucho más que lo que otros soñaron tener, ahora
es necesario que sean sin complejos libres.
Una seguridad en los propósitos, una coquetería
para aceptar como plausibles los fines contrarios,
y emociones controladas y estar junto al mar,
sometiéndolas al diseño limpio y meditado
de una copa de martini. Arriba están las estrellas
como espectáculo y ellas mismas como testigos
de orden, composición y acabado en los affaires
terrenos. Después de todo, aun cuando pudieron
quedar mejor, no se hicieron las cosas mal. “Lo
perfecto es enemigo de lo bueno” dicen los maestros.
El cielo es perfecto, pertenece a nuestro balneario.
O después de pedir subvenciones, los putos cabrones
que escriben versos: “mis manos son ruiseñores
que te desnudan en tu bosque”; “nuestras lenguas
serpientes que ferozmente se devoran... ... ¡¡y calla
mierda!! ... ... El ofidio, entre el matorral, posee
menos mentiras y mucha más nobleza: mira
a la rata cuando mata como los putos cabrones
le ponen el culo en vez del corazón a las palabras:
no saben ir con su cuerpo a las palabras, no saben
que el cuerpo es aire, y una ventisca brusca,
conocimiento: cristales y oscurecimiento. Peores
que políticos, creen que el movimiento restaura,
que la Corriente de Humboldt trae siempre
el mismo navío romántico, en cuya dignidad
no consiguen ser navegantes, en su estela de oro
coser una glándula de deseo: la fe de un hombre.
Un hombre, si lo es, es una araña que elabora
con su baba constelaciones lisérgicas al servicio
de la lluvia que las orla, del viento que las arruina.
Camina y oye, camina y ve, camina y toca
y después echado en su cama no recuerda nada
a no ser el bip de un disperso goce. Así ama.
¿Qué sería entonces la libertad, si no paseo,
fuera objeto? Algo que dejó de ser un cuerpo
persigue un vacío que asimismo se rehúsa
a serlo, eso somos y por esa causa contamos
los kilómetros recorridos mientras destruimos
con cada nueva estación de servicio el pasado.
¡Y los putos cabrones, más viles que entrevistadores
políticos, pretenden hacernos entrar diciendo
que nos llevan a pasear. Al jardín de la democracia
donde confunden cheflera con palo de brasil
y llaman a tal hecho reglas de convivencia.
Les tienen sin cuidado las plantas, no sospechan
que sean las ideas las torsiones imperceptibles
sonsacadas de su voluptuoso fototropismo.
Solo les basta tener jardineras e informarse
sobre control de plagas, protocolos para mantener
las cosas aparte. No han respirado las hojas;
no saben que mente es fragancia y neurotransmisores
que van del temblor a la memoria, sin calmar uno,
perdiendo a la otra siempre. No hallan ahí drama
y anhelo, tampoco de otra manera. En realidad
la que decide es la marcha en piloto automático,
y alejarse del tiempo lo más establemente posible
para copiar el verano anterior. Otros, en paralelo,
buscan que los supermercados costeen sus libros
con epígrafes de César Calvo. No saben
rezar: dicen sermones y palabras falsas, jugadas
tramposas en la bolsa de valores, los putos cabrones.
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