Si estiro mi dedo mi metro ochentaitantos en algún hormiguero
y dejo que los animalitos construyan una ciudad sobre mi barriga
puedo permanecer varias horas en ese estado y corretear
por el centro de los túneles y ser un buen animalito,
lo mismo ocurre si me entierro en la pepa de algún melocotón
habitado por rápidas lombrices. Pero he de sentarme a la mesa
y comer cuando el sol esté encima de todo: hablarán conmigo
mis cuatro abuelos y sus cuarenta y cinco descendientes y mi mujer, y yo debo
olvidar que soy un buen animalito antes y después de las comidas
y siempre.
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