viernes, 15 de julio de 2011

LA PRUEBA DE JADE (JOSÉ LEZAMA LIMA)

Cuando llegué a la subdividida casa,
donde lo mismo podía encontrar el falso
reloj de Postdam los días de recibo
del ajedrecista Kempelen, o el perico
de porcelana de Sajonia, favorito de María Antonieta.
Estaba allí también, en su caja de peluche
negro y de algodón envuelto en tafetán blanco,
la pequeña diosa de jade, con un gran ramo
que pasaba de una mano a la otra más fría.
La ascendí hasta la luz, era el antiguo
rayo de la luna cristalizado, el gracioso bastón
con el que los emperadores chinos juraban el trono,
y dividían el bastón en dos partes y la sucesión
milenaria seguía subdividiendo y siempre quedaba el jade
para jurar, para dividir en dos partes,
para el ying y para el yang.
Pero el probador, paseante de los metales y las jarras,
me dijo con su cara rápida de consejo color caramelo:
apóyela en la mejilla, el jade siempre frío.
Sentí que el jade era el interruptor,
el interpuesto entre el pascalino entredeux,
el que suspende la afluencia claroscura,
la espada para la luminosidad espejeante,
la sílaba detenida entre el río que impulsa
y el espejo que detiene.
Da prueba de su validez por el frío,
el señuelo para el conejo húmedo.
Todas las joyas en la lámina del escudo:
en la mañana el conejo oscilando
sus bigotes sobre una mazorca de maíz.
Qué comienzos, qué oros, qué trifolias,
el conejo, la reina del jade, el frío que interrumpe.
Pero el jade es también un carbunclo entre el río y el espejo,
una prisión del agua donde despereza
el pájaro hoguera, deshaciendo el fuego en gotas.
Las gotas como peras, inmensas máscaras
a las que el fuego les dictó las escamas de su soberanía.
Las máscaras hechas realezas por las entrañas
que les enseñaron como el caracol
extraer el color de la tierra.
Y la frialdad del jade sobre las mejillas,
para proclamar su realeza, su peso verdadero,
su huella congelada entre el río y el espejo.
Probar su realidad por el frío,
la gracia de su ventana por la ausencia,
y la reina verdadera, la prueba del jade,
por la fuga de la escarcha
en un breve trineo que traza letras
sobre el nido de las mejillas.
Cerramos los ojos, la nieve vuela.


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