martes, 5 de julio de 2011

X + Y : UNA ODA (RICARDO DOMENECK)

An refert, ubi et in qua arrigas?
Suetonio

Si hubiera nacido 
mujer, ya habría dado
a luz siete
hijos de nueve
hombres distintos.
Ahora, vivo entretenido
con las teorías
que explican mi gusto
por olores específicos,
cierta distribución de pelos
en las piernas ajenas,
los cabellos en la nuca
y en el pecho
sin senos, aunque aprecie
ciertas glándulas mamarias
de chicos y muchachos
con aquella dosis
saludabilísima
a mis ojos de hipertrofia.
Medito sobre las conjeturas
de terapeutas,
los relatos de una Persona
partida, Edipo desnutrido,
sin modelo
en la infancia de un legendario
Layo
ejemplar, lanzándome
a una supuesta
búsqueda entre amantes
por mí mismo.
Intenté, sin el menor
éxito,
durante días inducirme la erección
frente al espejo.
Llegué a la conclusión de que mi ego
no es tan eréctil. 
Oí atentamente
la fórmula
sobre el padre ausente y la madre
dominante creando
reinas de bastos, espadas y copas
laxas y locas,
pero, a pesar de mi historial
de progenitora histérica
y procreador estoico,
mis hermanos
con sus prepucios tan precipitados
frente a un clítoris
echan a perder la estadística.
Leí todos los reportajes
sobre la posible queerness
en la boutique del código
genético, esa kermese
de las afinidades seducidas,
y me reí con el amigo
que cierta vez, en broma, 
me llamó dispositivo 
biológico
de una Naturaleza estresada,
medicando el hipercrecimiento
poblacional. No voy a mentir diciendo
que no temo y tiemblo
con el peligro del infierno.
Llegué, sin embargo, a la conclusión
de que mi viaje
sólo de ida
al Hades
no se debe
únicamente a la inclinación
algo obcecada
de mi genitalia
hacia el carácter heterogéneo
de sus gametos.
Si hubiera 
nacido hembra,
ya habría dado a luz once
cachorros de trece
machos diferentes,
y, como puta,
asegura
el Vaticano (e incluso Hollywood),
no se conoce ascensión,
solamente caída. 
Por lo tanto, poeta, pederasta y puta,
sigo con mis ojos por la calle
a cada portador
de esa combinación gloriosa
de cromosomas
X e Y,
se llamen Chris o Absalom,
con sus espaciadas proporciones
entre los agujeros
del cráneo, la línea que se forma
entre orejas y hombros,
las alas de sus omóplatos
y la cofia de los rotadores,
las simetrías volubilísimas
entre las extremidades
excitantes y excitables
como nariz, pene y dedos,
la cantidad de pelos
entre el ombligo
y el nido púbico,
el formato de los dientes
y su reflejo
en diámetro
en los pies y sus uñas.
Si caminan como comen,
si bostezan como ríen,
si beben como tosen,
si cogen como bailan.
La absoluta falta de misterio
de algunos de ellos, incapaces
del famoso disimulo
de ciertos personajes literarios
del siglo XIX.
En ellos, es oblicua
solamente la ocasional
erección inconveniente.
Me sonrojan
estas confesiones,
pero cedería ciertos derechos políticos
por algunas de esas crestas ilíacas
ya presenciadas en playas, al sol,
y cambiaría una ida a las urnas
este invierno por esta u otra nuca.
Y fijate como el planeta
insiste en la demostración empírica
de esa abundancia de músculos
y sus reflejos 
cremastéricos:
en este exacto momento,
mientras escribo este textículo,
entra al café, en pleno Berlimbo,
uno de estos ejemplares de muchacho
desarreglado, zurdo,
con la gorra cubriéndole la mitad de la cara,
prototipaje de barba
y bigotes, pantalones
que me catapultan a fantasías
con skateboards como props,
cejas cual caterpillars
sitiando los ojos con promesas
de delicias y desfachateces épicas.
Sus zapatillas son beige;
al sacarse al suéter, se ve
su escala de Tanner.
Su Calvin Klein.
Beige me quedo yo, adivinando qué piel
cubre sus rodillas, sus talones.
Sueño el sexo biónico y homérico,
algo entre Aquiles y Patroclo,
interpretados en nuestro mundo
por Brad Pitt y Garrett Hedlund,
potros chúcaros como búfalos
o bárbaros.
Y este mundo está llenísimo
de esas distracciones casi sádicas
para mi masoquismo
voluntarioso en vicio,
que impiden que componga
mi Divina Commedia,
mi Paradise Lost.
Perdone, Sr. Canon,
mi tosca y parca
contribución lírica a la zafra
de sus contemporáneos,
pero no me catalogue
entre las farsas, sátiras.
Pues no es, consiento, culpa
de las masificaciones capitalistas
mi attention span
poco renacentista,
sino de esta explosión de cántaros
plenos de testosterona púber
yendo y viniendo en los espacios públicos.
Cuando pasan, bocados deliciosos,
finger food en arrogancia
cocky y garbosa, murmuro
en la cavidad hueca
de la boca:
"Deberían estar prohibidos
sus exageros de belleza".
Mi final será en estos bares
de Berlimbo,
atiborrándome de café negro
y esperando sus ocasiones
para escribir poemas
que los celebren, actores
principales de este largo porno
en que me vi concebido, creado
y expelido, coayudante
contento y doblado.
Les agradezco la oportunidad
de hacer del adverbio "sí"
una interjección obscena.
A los demás, les juro que no se trata
de encomio, jactancia ni de loa.
Si yo quisiera hacer apología,
diría a lo mejor
que hay más elegancia 
en "Sé mi erómeno
y yo seré tu erastés"
que en, al pescuezo,
"Mí Tarzán, tú Jane".
No busco nuevos adeptos
que me hagan competencia.
Boys will be boys,
hay quien diga, y claro
que no espero
de cada chico
que sea Mozart
o Beuys.
Habrá momentos de caza
y rendición felices, las pocas
veces con suerte
en que seremos camareros
de un chico pasolínico,
con el que se podrá, al fin,
hacer el cama-supra, sesenta-y-nueve
y entonces discutir en el post-coito
otros conceptos con guiones
al son de Cocteau Twins,
hacer una lista de las guitarras de 1969,
nuestro horror por Riefenstahl,
la obsesión por Fassbinder,
y ojalá sentir en medio de tal 
loa una nueva erección
perforando
las telas entre los dobleces
del edredón
mientras leemos poemas de Catulo,
de Cavafis.
Cuando lleguen los bárbaros,
me encontrarán en la cama;
que vengan, sin embargo, armados,
pues he de estar acompañado,
y en ristre nuestras lanzas.









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