El
día en que ella se puso unos pendientes de oropel
y
brillo labial,
comió
una naranja en ayunas
y
tomó el tren de las 8
a
Grackleville, conoció a un hombre
subiendo
una escalera estrecha,
que
se repetía a sí mismo, Esto es todo, esto es todo.
La
música de una marchita popular sonaba
en
su cabeza. Esto, dijo él, es todo,
dirigiendo
cualquier otro comentario
a
una antigua oposición que ahora florecía en su pecho.
No,
dijo él, a la ofrenda
de
un caótico laberinto de nubes,
devoción,
lluvia, criaturas de fábulas,
y
opulenta soledad.
Entró
solo al matorral
de
situaciones vacías, la fuerza retórica
de
la conversación,
murmurando
mientras se iba, Esto es todo—
Aprendiz
de muerte. Gracia tóxica.
Terrible
y hermoso descanso.
Consternación
y las aguas más lóbregas.
La
mañana infestada.
La
coordenada noche.
El
triste hecho del rosa reluciente
de
la última iridiscencia de Grackleville.
.
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