jueves, 9 de mayo de 2013

1974 (RAÚL ZURITA)




Fueron años duros. Los tipos andaban por todas
partes, cargados hasta los dientes, y a la primera
te guardaban y te jodiste. Que te liquidaran de 
una vez era lo de menos. Habrías hasta dado las
gracias por eso. Una pareja que venía llegando de
Alemania me mostró las fotos. Fue el año del 
golpe y ya era cuento viejo, pero fue la primera
vez que las vi. Los había arrastrado el cauce del
Mapocho. Aparecieron una mañana y la gente
los miraba desde los puentes. Me las mostraron
porque la tipa había hecho una obra con ellas.
Pintó los cadáveres de la fotografía con un color
rosado y el resto lo dejó igual. Joder con los
artistas. Con la tipa me acosté una vez. Fue en el
departamento donde vivían, al lado de la pieza de
ambos, y al otro día los tres tomamos desayuno
en el comedor. Adelante el ventanal se abría
hacia el verde interminable de un campo de golf.
Todo una buena mierda en realidad. Años más
tarde la encontré de nuevo. Era el funeral de su
papá y parecía una niña asustada. No es más que
un estúpido sueño, me dije, pero igual lo llamé.
Me contestó el mismo Nicanor perfectamente vivo
y se le oía muy bien. Cuando salí era casi mediodía
y caminé horas sin rumbo fijo. Los cuerpos estaban
pintados con un lápiz de cera rosado y parecían
pequeñas flores rotas en medio del gris de la
fotografía. Al lado corría el río. Como en un sueño.


 

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