lunes, 6 de diciembre de 2010

POÉTICA DE LA TALA (ALBERT BALASCH)



Ya basta de nieve y de destrozos:
la lengua ha muerto y eso no es lo peor.

Cuando el cerebro está ocupado
nos tragamos la arena que nos cubría

con los gemidos de la esperanza.
En cambio, nos detenemos en el paisaje

cuando vemos el dolor de las 
montañas. Hace mucho tiempo que los hombres viven,

se juntan bajo un mismo techo,
porque ese techo los habrá de enterrar

y mueren, escondidos y solos,
inclinados hacia una cámara de aire que es

el mérito del sometido al mérito.
También, como ellos, reclamamos la fe

a nuestro más estrecho alrededor
sufriendo una claridad deshecha de ángeles

que nos ofrecían solamente
el hambre que nos merecemos. Ahora que los ojos

han visto, ya no vuelven como antes.
¿Por qué la noche le gana en sangre al día

cuando quien la sostiene es el vacío?
¿Por qué necesitamos el miedo y la penumbra?

Quién sabe si este drama de no 
saber qué debemos hacer de nosotros

es lo que irrumpe en los escrúpulos.
Mi Dios, la vanidad es indomable.

El crimen es generoso si se muestra...
pero este no tiene mediodía ni valor:

es la hierba del diablo que se escapa
en tardes de camilla con un sol frío,

otro pensamiento erróneo,
la prueba misma de la nulidad.

Vamos! Levantate de nuevo,
preguntá quién te quiere más que los otros,

buscá a los culpables, los sinceros
que reconocen el peso del poder

y quieren lastimarnos. Un viejo
hace exactamente lo que no se le pide:

vivir igual que un rey a la noche
sintiendo el movimiento terrestre

para seguir durmiendo en paz.
Y ese consentimiento con la existencia

es cansador, grosero, real. 
Hace falta, entonces, que sea castigado con sílabas

o con la búsqueda de la madre,
antes de que se pare mudo frente al mar

y ladre, confiando poder cansarlo.
Que agarre su abrigo tan gastado de causas

y se vaya bien lejos de los desastres.
A lo mejor ahora las palabras sean humildes


y las mentiras un tanto más severas
porque el dedo empezó

a viajar por este mismo mapa
donde todos nos atan cuerdas de intestinos,

los dientes comienzan a afilarse
porque quieren comida, una cama

y un cuerpo que vencer con veneno.
Hubo un tiempo que dentro de las casas,

se hacía un sonido y se comía.
Hoy están todas ocupadas

por termitas que no quieren saber
de tu barro y te tiran hacia los trapos

donde podrás destapar tu reclamo.
Afuera, entonces, en este mundo tapado,

como un principio, acompañado
por algún otro mendigo ocasional,

ya pueden comenzar la pena,
los días memorables, la distancia,

a pesar de la lengua y del amor:
y la razón me la dirá el dolor.

Puedo empezar mirando bien
mi celda de árboles derribados

en donde cada uno sea mi amigo
dándome la sombra que busque los rincones,

que mi cerebro nunca oprimirá.
Es entonces cuando puedo engendrar

la noche, en el resto del pozo
poblarlo de vulgaridades y de trampas

como la obra. Levantar corrientes de aire
que dispersen el mal olor de los años futuros

y hacer que la confianza florezca nuevamente
cerca de mí, lejos de los rincones.

Necesitamos el hambre antigua,
la que nos llevará al ángulo final,

al punto irreversible por completo
y esperar ser juzgados, como una rama

en el medio del bosque, por un pájaro.
Los pensamientos lúgubres que ahora te corresponden

preparan un campo de batalla 
magnífico. Todo es sol, luego vendrá la lluvia,

pero ahora todo es sol. La senda
por donde caminás es esa galería

que no podés creer haber trazado
en tan poco tiempo y con tanta frialdad.

Así se vive, descubriendo los golpes,
enfermándose, cerrando puertas falsas,

desaprendiendo nudos que se han hecho
y realizando nuevos, estóicamente.

¿Qué sufrimiento puede ser más dulce
que esta lucha librada en tus suburbios?








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