martes, 11 de enero de 2011

LAS METAMORFOSIS (CARLITO AZEVEDO)


PORQUÉ ELEGÍ ESE POEMA / ANNA DANTES
elegí las metamorfosis porque siempre que lo leo parece que atravieso el portal de carlito hacia toda suerte de entrelíneas. Poeta de ficciones científicas. Podría verlo, una última vez, transmutándose en el personaje de un film chino y atravesando las sesiones de una cinemateca del centro de rio.






LAS METAMORFOSIS


Como un film que necesita 24 cuadros por segundo para que la imagen presentada se mantenga íntegra en la pantalla y ante nuestra vista, talvez el ser humano sea una aceleradísima repetición de sí mismo que se sustenta en su espectáculo y visibilidad en una proporción de 100 cuadros por billonésima de segundo. De modo que, por ejemplo, aquel joven que está entrando por la puerta de la discoteca con un chaleco de explosivos bajo el pulóver negro continúe pacíficamente siendo aquel joven que está entrando por la puerta de la discoteca con un chaleco de explosivos bajo el pulóver negro, y aquella pálida garçonette atrás del mostrador de un café del aeropuerto aguardando aprehensiva la aproximación de la madre de su novio que se enreda toda con la bolsa de donde retira una pistola 9 milímetros continúe siendo nada más que aquella pálida garçonette atrás del mostrador de un café del aeropuerto aguardando aprehensiva la aproximación de la madre de su novio que se enreda toda con la bolsa de donde retira una pistola 9 milímetros, todo de forma íntegra e ininterrumpida. O casi. Pues así como la diferencia o sabotaje en un único fotograma entre los 24 que se deslizan divertidos o solemnes por toda la extensión de su mísero segundo cinematográfico no llegaría a alterar la imagen que vemos en la pantalla, dada la precariedad del poder de percepción de diferencias de nuestro humano mirar, la posible metamorfosis de aquel joven de pulóver negro explotando dentro de la discoteca, o de la pálida garçonette atrás del mostrador con el pecho perforado por una bala 9 milímetros, y aún considerándose la posibilidad de una metamorfosis extremadamente esdrújula como en buey, tapir o bebé Radinbranath Tagore, siempre que limitada a un único cuadro entre los 100 de aquella billonésima de segundo, no sería captada por nuestro precario sistema retiniano, y sólo lograríamos percibir, de hecho, la fenomenal y envidiable continuidad del pulóver negro del joven entre los destrozos de discoteca y gente recogidos por la policía y transportados hasta la vereda llena de viento y del piercing sobre el labio de la pálida garçonette caída detrás del mostrador sobre un charquito de sangre. En un concierto en homenaje a Witold Lutoslawski, sin embargo, el ángel boxeador logró percibir diversas metamorfosis de la pianista Martha Argerich en ciervo negro, día de invierno, borra de vino, lluvia de oro y otros prodigios incontables, metamorfosis que, no obstante, no llegaron a durar ni una billonésima de nanosegundo, lo que permitió que para los otros espectadores aquella bella criatura de largos cabellos al piano continuase siendo durante todo el transcurso del concurrido espectáculo la renombrada pianista argentina Martha Argerich. 






No hay comentarios:

Publicar un comentario