Lo elegí primeramente por sentirme hermanado en esa incomprensión del mundo hacia el uso de gorros, chullos, casquettes, etc. Pero sobre todo por la presencia de la ironía, utilizada con toda elegancia y precisión contra la figura del propio autor. El poema ejecuta tan intensa y ajustadamente aquello que describe (la prisa de esa mujer: de ansia, de decepción) que resulta imposible, para quien escribe, oponer apenas un sólo argumento a favor de él mismo antes de que esa demolición cierre el poema, el asunto, el diálogo que no llega a suceder. El contraste salvaje entre el tratamiento del personaje Carlito, en ese discurso femenino arrasador, y el delicado y amoroso análisis de la luz y las partículas, pone en escena, mucho mejor que cualquier explicación, una imagen de crisis conyugal marcada por el peor adversario que un escritor pueda imaginar: una mujer pelirroja (condición que ha sido durante mucho tiempo motivo suficiente para una acusación de brujería) y rabiosa dentro de casa -y peor aún: hambrienta.
SON FOTOS? SERÁN MENTIRAS?
SON FOTOS? SERÁN MENTIRAS?
Pena que él no
traiga puesta ahora su
casquette (y
tal vez necesitase algo mucho más
cortante).
Hambre tiene y
-pelirroja y rabiosa, dentro de casa-
una mujer sin ventanas o asfixia (pero con
tanta prisa de todo, de ansia, de
decepción).
“-En ésta Carlito le da la mano a Rajeev,
en el barrio judío, si es que a eso se le puede llamar
dar la mano. En esta otra
está feliz, al
menos sonríe, al lado de Martine. Y no intenta
(oh derrisión) ahogarse en el
Sena. No sé por qué saqué ésta del café
griego: confundo la luz? la dispersión de las partículas
supera a la de la memoria?”
Pero téngase en cuenta que él no
tenía siquiera (y
tal vez fuese mejor, por lo mínimo y lana
de su hilado) su maldita
casquette
de 99 ff.
No hay comentarios:
Publicar un comentario