domingo, 20 de marzo de 2011

MI HERMANO (ANTONIO CISNEROS)













En verdad, mi padre no lo tenía de su reino: ni en pelea de perros lo quería.
No recuerdo por qué pero decía que era blando y picante como el alma de la malagua.

Y cuando las semanas de pesca y todos los muchachos entraban a la cala
mi hermano maldecía (el sol era un ojito de cazón).
Borracho, sin mujer ni compañero tendido en su caballo más reseco que un palo.
Tiempo ya que ignoraba de las aguas y el brillo de los peces.
Sólo el mal brillo de una botella rota entre la arena.
Pobre, mi hermano, hecho una uva andaba y sin memoria.
Todo en su corazón era pereza. Ni era oficio la tierra ni era el mar.
Como lagarto comía en nido ajeno.
Fruto malo de la Hermandad del Niño, muerto insepulto que ninguno lloraba.
Hasta que nos maldijo y se largó.
Después contó Juan Celis que hacía contrabando caletero y robaba gallinas.
Trabajaba por su cuenta.
Sabrá Dios si era cierto pero una mala tarde Punta Negra se llenó de patillos y vimos un lanchón
y una botella verde de Pomalca y un alma en pena sin cuerpo que velar.
Mi padre tomó su lamparín y se sentó en las rocas y esperó.

Todos los muertos en el mar de San Bartolo, de Cangrejal, de Santa Rosa, de Santa María se vienen con las aguas.
Todos los muertos que pasan la rompiente y los altos cantiles de la  Playa al Revés.
Negros-morados como uva de Borgoña y limpios por la sal.
Aquí todas las aguas tocan fondo. Punta Negra:
Remolino final de los pescados y los hombres que fueron.
Y es costumbre y así es. Aunque no es la ley ni en boca de los hombres
                                                                                                                     ni en la boca bendita del Señor.



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