domingo, 8 de mayo de 2011

LOS PIOJOS (GABRIEL FERRATER)

Se fue. Vive con gente que no nos conoce
y les habla de nosotros. Frecuentemente, vuelve
y sorprende actitudes que nos avergüenzan:
llenamos un vaso de agua, nos distraemos,
la canilla gotea y nos hiela los dedos,
y su ojo percibe que ya no somos 
sensibles a los grandes fríos de esta casa.
Se quedará unos cuantos días, y las caras
se nos irán poniendo blancas y vacías
como la de un herido que se desangra en el talud
de hierba, mientras despunta una mañana gris,
trás un choque de trenes. Llegará tarde
a comer y a cenar. Descabellado,
contará que ha explorado bodegas, tejados.
Que hay vidas más sordas que las nuestras,
vecinos nuestros. Que a todo el edificio lo mortifica
la carcoma de unos huecos de escaleras
inesperados. Subiremos con él,
y tendremos que arrodillarnos dentro de una buhardilla
donde se da a luz en el suelo. Olfatearemos.
Probaremos comidas del color del sarro
para los dientes mal calzados. "No van a decir 
que sus pobres no sufren lo bastante".
El último anochecer (se va mañana)
nos llega puntual, con ojos encendidos,
sostiene un grumo encima del mantel
y lo deja caer. "Son piojos". Supo meter la mano
en el bajo vientre de una vieja.
No decimos nada. Es nuestro hermano
y es el de siempre. Lo agarramos del brazo
y sentimos cómo tiembla de placer.






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