viernes, 10 de abril de 2009

EL HALL DE CONSTITUCIÓN (FERNANDO KOFMAN)


El kiosco se extiende con la noche,
como una gran pecera que exhibe a un coreano.
Recibe todas las luces del Hall:
“Coca Cola”, “Remington”, “Bieckert”,
mientras la voz solemne anuncia el tren a Glew
y la rubia educada opina: “Parece Victoria Station”.


Los mármoles se amplían, las baldosas se agigantan,
los baños del subsuelo quisieran emerger
con la música que lanza el altavoz:
un rock sinfónico que contrasta las siluetas
del bancario respetable y su portafolios,
de dos negros brasileros tomando mate.


Por un costado, quise alejarme del estruendo,
hacia un rincón, un pequeño bar,
pero el olor del marisco frito pudo más,
cayendo certero sobre mi café
desde un puesto con decorado de restorán chino
y láminas arrugadas de “Play Boy”.


Hinchado como una araña, el coreano
vigila la mercadería: los forros y
los analgésicos, la cerveza y los cigarrillos,
y desciende hasta la seducción
cuando dos francesas piden,
o se eleva hasta el odio, cuando un ratero amenaza.




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