Frases, variantes de ti,
énfasis
simultáneamente puesto en retenerlas
y en tus turbulencias.
“Es difícil modificar los dioses”
le dice Shatov a Stravrogine,
y te arrimas a la convicción
de que los dioses deciden por ti
y además te ignoran.
“Si Dios no existe
qué clase de capitán soy yo”,
brama un borracho
que discute con los Karamasov,
y aturde tu ánimo,
le agrega obstáculos, dificulta
tu capacidad de reconocer
ninguna dicha, armonizar
lo de acá abajo, lo supremo.
Y locuciones
sobremanera raspantes, como de peces
en período de celo,
impregnando tu cabeza
como el olor de una sala de hospital,
y endebles, huidizos fragmentos,
la maraña de una loca
que vaga por la Plaza Lavalle:
“Je suis russe, française, viennoise,
je m’appelle Rosemarie,
Rosemarie, confirmation name.”
Esparcidas por el azar, acaso
repositorio de la frase absoluta,
común a todos,
la que enuncie, establezca,
que tu sino puede ser revelado
aunque nunca descifrado,
que la trama despista, el desenlace te sorprende.
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