martes, 12 de abril de 2011

ESCENA RÚSTICA (NUNO JÚDICE)


En los cementerios de provincia, el portón de hierro
rechina con un vacío eterno. A la tarde, los pobres se colocan
frente a él, con el sombrero en la mano, esperando
a las visitas. Los muertos ya no asisten a nada,
inmóviles en su lecho de hierba. Y quien mire al cielo,
donde surgen las primeras manchas del crepúsculo,
dará con el vuelo ordenado de las aves que el otoño expulsa
hacia el sur. Van en silencio, contaminando al horizonte
con su inquietud. Pero si gritaras,
verías una vacilación en el rumbo: como si tan sólo
esperasen una señal para regresar a los antiguos nidos,
y allí adormecerse. Eso les habrá pasado a los que están
debajo de la piedra: volvieron hacia atrás cuando la vida
los llamó, renunciaron a alcanzar esa línea que separa
los dos lados de la tierra. A veces, una visita
no reprime un gemido más alto. Un arbusto se agita,
con el viento frío que traen las noches. Sin embargo,
hay quien piense que las almas reaccionan ante tan débiles
estímulos; y que basta un llanto incontenido para que,
como el ave arrepentida, la vida regrese
en pleno invierno.




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