jueves, 13 de diciembre de 2012

LA BELLEZA DE LAS ARMAS (ROBERT BRINGHURST)






El-Arish, 1967

Un hombre de brazos largos puede
cargar el arma automática
de nueve milímetros
colgada sobre su hombro derecho.

Con la culata recortada
atrapada por el codo
erguido, el gatillo
le cae exactamente en la mano.

Recuerdo estas cosas
y la junta de la pistola de una gasolinera cortada
de una de las innumerables máscaras antigás
en los basurales al costado de la carretera.

Traigo de regreso un manuscrito recogido
cerca de camiones incinerados
y notas añadidas cerca
de los controles automáticos de pistas.

Frutos de la excavación.
Esta es nuestra arqueología.
Cavar en los escombros
de una civilización de seis semanas.

El papel está arrugado y quebradizo
por las piedras secas y el clima.
La lengua árabe es quebradiza
cuando los estudiantes se exponen por primera vez

a la tecnología y la velocidad de la guerra aérea.
Es ridículo decir algo así, pero
surge la idea
de que Descartes estaría satisfecho:

el cálculo es el lenguaje
de las últimas disputas
palestinas
en el campo de la teología.

El sentimiento de satisfacción
por el rápido cruce
de las armas antiaéreas
no está en las notas.

Yace, latente y frío
en el acero, como la intrincada
matemática
encarna en el radar:

las antenas de metal curvo
como la tienda de campaña de un soldado
barren el cielo
vacío y el horizonte estéril,

el acimut y la elevación,
barren el aire vacío
en una abstracción desnuda
que conduce a las armas.

La señal sigue rotando hasta que
vuela sobre el labio como
ligero vino blanco cayendo
de un cacillo de campaña.

De un modo invisible, el mecanismo canta.
Canta. Canta como una flauta de seis toneladas:
este, oeste, siempre la misma
nota atascada en la garganta sin remaches.

Y sin embargo, la canción es intrincada
como una composición de Varèse,
y,  por el momento, aún
más hermosa, porque,

para nosotros, es más mortífera.
Y por lo tanto más pura, más
privada, más familiar,
más inmediatamente temida, o deseada:

una belleza oscura con un brillo de acero,
atrapada en la mirada alerta
de la mente y derrumbada
por una prolongación de la mano.


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