viernes, 15 de octubre de 2010

OSCURIDAD BORRONEANDO EL SENDERO SIN LÍMITES (MARY JO BANG)


La habitación estaba templada, dulce como el azúcar y amarga como la hiel,
con radiadores en forma de conchas marinas

de los que se alzaban columnas de yeso que parecían
no ser capaces de soportar su peso visual. Qué fácil

dijo Louise, es ser aplastado.
Había doce en la mesa, seis de cada lado.

Un retablo no corrompido por la pintura, incluso un jurado
sentado, juzgando.

Podía oír la música -era de las esferas?
Planetas atravesando el sarcófago de Adán, reverenciando qué?

El honor? O el alivio de ser una materia más divina,
una doctrina experimental pero sin bestias todavía. Era el momento

del postre: torta, un limón estructural, recubierta de nubes
con una gorra corintia hecha de plumas

que permanecía melancólicamente atenta. No hubo un mar más profundo
que ése -la sola visión los mantuvo sumergidos

y nadaron como alondras esforzándose al máximo para localizar
una estrella sin la ayuda del cielo.

Al de la derecha, Louise le dijo no, que no le iba a cuidar
al perro -un caniche color caramelo con corte de cachorro

que respondía al nombre de Roy.
Estaría afuera esa semana, pastoreando en la costa

antes de adentrarse en el mar en un velero, sorbiendo su té.
A la deriva. Además, dijo ella, no podría nunca ser el Mi Amor

de nadie. Nunca respondería
a un llamado telefónico mantenido por un aire distante, indiferente.

Era, en una palabra, muy-distinta-de-él, y entonces se giró
hacia la izquierda, un cambio siniestro, y con su mejor murmullo

pidió que la llevaran a casa. Adiós, le dijeron. Chau.
Las horas de la noche iban llegando, coche tras coche.-










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