este dolor sencillo que no pide,
sino que antes nos cuida
perfumando nuestros pasos corruptos.
Los olores más pobres a los más pobres,
aquellos que resistieron más tiempo al lobo,
los que tienen que repetir cada acto
dos veces para que sea una
y sea esa una la que falla
y la otra la demostración de esa una.
Así fallan e insisten.
Este martillo, lo llevan los que lloran.
y nosotros, llenos de voluntad,
conseguimos el tono sin saber qué debemos
hacer: si cuevas, si montañas o bálsamos
por los mordiscos de sus compases.
Más música! Por los miserables!
Que nadie entienda la altura a la que cantan
ni pueda ver tampoco la profundidad
que va desde la cuna hacia occidente.
Hay demasiadas penas que los mantienen
vivos. Viven de preceptos cordiales
que no puede articular. Muchas
veces, tiemblan en la ventana,
como los ciegos cuando cosen botas.
Todavía no les llegó el pasado
pero el futuro ya lo han vivido.
Nos ofrecen linajes para yacer
y bolsas de algas para nuestras cabezas
doloridas de cazar y cazar
tribulaciones, desnudez,
peligro, persecuciones, el fin.
Más música! Remen más música!
Tengo que doblarme debajo de su tiempo, ganado
a las palabras expulsadas,
para encontrar sentido. Quiero ser fuerte y ser inteligente
como ellos, que en el vértice del mundo,
en la arista de las desolaciones,
aguantan el pulso de la nada
y dejan rayas secas en la piel.
Sáquenme de adelante todas las cosas
que dije para que pueda verlas un último
momento y recuerde mi deuda,
sin mundos ni aire ni madrugadas.
Ellos son, y yo no. Y andá a saber dónde andan
el absurdo y la fatalidad del cosmos,
la rueda completando la vuelta,
el peligro dulce del mito recordado,
el idiota extranjero de la tierra,
el día del juicio y del beso,
la humillación de todos los mortales
y la posteridad en un gemido.
Andá a saber qué se hizo
de nuestro pan atado a ese cadalso.
Si cada uno va a ver nuestros
engaños. Si cada uno de aquellos
que nos quiso hasta el fin
se nos va a aparecer para decirnos que
todo va a andar bien, que podemos dejarnos
de escarbar, porque no hay poder que pueda arrancar
nada, ni hay una voluntad debajo.
Es a nosotros que se nos aparecen
todavía escenarios con tiempo,
poco tiempo, para perderlo practicando el gesto
demente de quien tiene miedo de perder,
o de quien juega con objetos pequeños
creyendo que transporta las estrellas.
Es a nosotros que se nos ofrecen
multitudes para seguir mintiendo
para insultar a todos los que no nos comprendan.
Vale la pena continuar?
El espacio que se mueve entre ellos y yo describe
con lentitud y precisión
el tiempo que malgasté, sufriendo,
creyendo que me movía yo.
Ellos son, y yo no. Los que nos ofrecen los mares
para que al fin podamos comprender
lo que nunca escuchamos, y que podamos ver
lo que nunca se nos mostró.
Ellos son la última oportunidad,
a pesar del mundo, que nos exilia
proyectándonos en el tiempo de las luchas
y hace que retrocedamos
a la menor, a la más ligera
necesidad de llamarse. Como
si eso fuera todo lo que hay que hacer,
y como si ese verbo fuera el contacto
con la rotundidad. Sin darse cuenta
que rotundidad tan sólo tienen
ellos, que son cuerpos cruzados
y abandonados. No volverán.
Los separaron. Van a venir por ellos.
Sombras brillantes y luces profundas.
Para que la vida nunca desaparezca.
Y todavía tenga tiempo y fin.
Y sepamos quiénes son los que han vivido.
A esos, que vieron lo indestructible
y tantas veces nos lo prometieron, qué les haremos?
Que sean, que se hundan, que digan
como nombres buscando siempre la eternidad.
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