lunes, 17 de enero de 2011

H. (CARLITO AZEVEDO) [FRAGMENTOS]


PORQUÉ ELEGÍ ESE POEMA / LAURA ERBER
En Nick's Movie hay una secuencia inolvidable en la que Wim Wenders se gira hacia un Nicholas Ray ya muy enfermo y le dice: "Si llego a percibir que lo que me atrae de vos es tu sufrimiento, me veré obligado a abandonar el film; sino tendría la sensación de estar violentándote." Pero cómo definir esa frontera, cómo saber dónde comienza la locura de la pérdida y dónde la necrofilia del voyeur? Nick's movie está poblado desde el comienzo hasta el final por esa incertidumbre, con una franqueza y una fuerza que sólo volví a encontrar en H., el poema que atraviesa las últimas 16 páginas de la edición brasileña de Monodrama, dejando al lector suavemente nocaut 10 veces, por lo menos. Adoro eso, mucho. 

(Escribí eso hace tres días, pero hoy, al releer H. entré en pánico y ya no sé cómo salir de ese mundo cuyos únicos habitantes son millones y millones de niños de 4 años vagando de un lado a otro con sus libritos de imágenes y textos sin sonidos de lavandería. Es el poema más cruel de ese libro compuesto enteramente de belleza cinética y dulzura corrosiva y sálvese quien pueda.)

(Draguta aprendió a disfrutar de ese poema de a poco. Un día despertó y entendió que H. se había pegado para siempre a sus vestidos de Osaka y desde entonces ninguno de sus mundos gira sin el sonido de la máquina de ese poema.)

(Ciprian saluda de lejos y coincide con ella, algo tan raro entre los dos como el paso del Halley sobre la Tierra.) 



H. [FRAGMENTOS]


III. (de “H.”)

La idea aterradora de la muerte de mi madre, por lo que veo, traspasó la superficie helada, dejándola intacta, y está haciendo sutiles estragos en regiones que desconozco, no alcanzo. Y sin embargo estoy aparentemente tan calmo. Vengo a escribir por miedo de perder la razón, no por el estrépito de los nervios, que no sucede, sino por su sinuoso contrario, la idiocia. Siento que si consigo escribir ahora lo que me está pasando estaré a salvo, me repito eso a mí mismo unas cuantas veces, como me repito mentalmente el refrán de que donde hay obra no hay locura y donde hay locura no hay obra y vengo a escribir. La idea absurda de algún obsesivo que se aprovecharía de este momento de apagón en mi mente me pasa por la cabeza cuando una voz en mí dice que debo quemar todos mis cuadernos en el patio de casa, en una gran hoguera, un rito de pasaje. Actúan en mi un miedo (irreal) de no sobrevivir a su muerte y de que ellos, cuadernos, sobrevivan a la mía, con todo el mal (real) que pueden causarle a los seres que amo. Me río de esa idea y comienzo a ver en eso una señal de mejoría. De todos modos, borro de la computadora muchos archivos antes de comenzar a escribir.




II. (de “Beso”)

Semanas después, cuando conseguí releer “H.”, o leerlo por primera vez separándolo del acto de escribirlo o reescribirlo, me sentí acaso en el mismo callejón sin salida de Dedalus, lanzado a la zanja de agua sucia de la vergüenza? No. Pero me pregunté qué era lo que recibía ahí? Algo cinético y fluido. 




IV. (de “Ritual”)

Hilda:

- Comparada con la larga eternidad de nada sentir, nada probar, nada tocar, ver ni oír que nos espera, la muerte durante el sueño, como dicen que le cupo a Chaplin, vale lo que valen las diez costillas partidas, las orejas arrancadas, los dedos mutilados, la laceración horrible entre el pescuezo y la nuca, la equimosis larga y profunda en los testículos, el hígado lacerado, el corazón lacerado, el rostro hinchado irreconocible, los hematomas, última forma física asumida por Pasolini en ese loco planeta que ahora, para vos, gira también sin mí.






No hay comentarios:

Publicar un comentario