miércoles, 19 de enero de 2011

MÁRGENES (CARLITO AZEVEDO)

PORQUÉ ELEGÍ ESE POEMA / LUCIANA DI LEONE
Las voces convocadas para hablar de la pérdida no conjuran la pérdida – como tantas veces sucede –, no dejo de pensar en un barco que el poema no nombra. Repaso en desorden el poema biblioteca, la presencia y la ausencia iluminan mis ojos. Potencia del poema que obliga a ver – esbozo de contornos – lo que no está.




MÁRGENES


I.
Ni buscar, ni encontrar: sólo perder.
Como la temblorosa bufanda de Andi
flotando en el cielo unos segundos
antes de desaparecer completamente en la
noche oscura de la Marina de la Gloria, donde,
por causa de la niebla, los barcos anclados,
con nombres como Estrella Guía y Celacanto
también parecían querer huir de sí mismos.


2.
“De modo que la linterna de este aquí por un instante
deja de brillar para como que reaparecer más adelante,
más fulgurante, en la popa de aquel otro
ahí. Mirá a tu alrededor, estamos en Rio de Janeiro
o fuimos lanzados al complejo paisaje
de un cuento tradicional chino?”


3. (La bufanda, todavía)
                                                                              Giró
en el aire y dibujó con una de las extremidades
varios círculos dorados, una especie de hélice.
Parecía seguir hacia el mar, pero una ráfaga la
lanzó hacia el otro lado: una flecha encendida y
maleable sobre el cantero de geranios, en
dirección a los carriles de alta velocidad
del Aterro de Flamengo. Sacamos una foto
y prometemos volver mañana. No a la Marina,
sino al Museo de Arte Moderno, y ver la
“Biblioteca sin nombre”, el Monumento
del Holocausto de la Judenplatz
de Rachel Whiteread.


4.
Por eso este poema no empieza con un chico,
con un chico cantor sobre una barca,
con una barca cortando el agua y la neblina,
con una neblina adensándose por arias de folclore polaco
y refranes militares prusianos en la voz de un chico cantor.


5.
“Cuando llegamos a nuestro campamento,
comimos algo, y nuestras muchachas en seguida
se fueron a acostar. Nosotros nos demoramos todavía un poco
viendo la tele, fumando, y por la ventana no cesábamos
de ver el fantástico fondo de llamas
de todos los colores imaginables:
rojo, amarillo, verde, violeta,
y de repente…”


6.
Ahora va a ser más difícil estacionar los coches
aquí en la Judenplatz y no es un monumento lindo
y hubiera preferido que al fin se decidieran
a utilizar aquella solución anti-spray porque tampoco a nadie
le va a gustar ver esvásticas pintadas encima, a mí no
me gusta, pero ya que está ahí ni yo ni nadie
va a querer ver esvásticas pintadas encima.


7.
“Él me pregunta si mi chica había estado casada
y yo: ‘No. Pero estuvo muy enamorada antes.
El que amaba fue herido, gravemente,
los órganos se le salían del cuerpo. Ella los
volvió a colocar con sus propias manos, lo llevó
al hospital. Él murió. Lo pusieron en la
fosa común, ella lo exhumó, le dio una
sepultura.’ Para ellos, este simple
episodio es el cúmulo de la virtud.”


8.
“Él me preguntó: ‘y si ella empieza a gritar
muy alto vos usás las manos para cubrirle
la boca o la dejás que grite todo
lo que quiera?’ Después me preguntó:
‘A qué se dedica ella?’, y yo: ‘Trabaja en una
editora alpina’. Y él: ‘Ah, sí?’, y yo: ‘Sí, sí.
Ella escribió y publicó guías de montaña. Ella
editó una revista alpina.’”


9.
Rachel Whiteread
                (al ver su monumento
                finalmente inaugurado):
- Fueron cinco años de infierno.


10.
Estoy hablando de días soleados,
estoy hablando de días oscuros, es decir,
estoy hablando de flores, sí, de lomos
de libros, por lo tanto, de grabados de oro, es
decir, de niños jugando y nadando en el agua
de la inundación, de quemar las cartas del escritor famoso,
del humo subiendo y dejando aquella mancha
en el techo, no estoy hablando de las colinas de Berkeley
sino de los entregadores de pizza portorriqueños de
Berkeley, de los entregadores de pizza húngaros de
Santiago, se diría libros que no se abren, de
puertas que no se abren, de sueños que no,
de una pesadilla recurrente, de una resina,
de un caballo corriendo, no son libros de arena.


11.
Con frecuencia, en artículos publicados en la prensa o en los mismos intercambios en la calle, los vieneses cuestionaban tanto la “oportunidad” como la misma “necesidad” de recordar el Holocausto. Tras el estudio de los distintos proyectos, el jurado seleccionó la propuesta de la joven escultora británica Rachel Whiteread. En el camino quedaban múltiples obstáculos: desde la insistente oposición de la ultraderecha (ahora sumada a la coalición gobernante), hasta las mismas organizaciones de sobrevivientes (insatisfechos con el diseño de Whiteread por su contenido excesivamente “abstracto”). Ellos argumentaban que las víctimas del exterminio “no murieron en abstracto”.


12. (epílogo, a la manera del teatro de Gertrude Stein)
Se diría que pétalos.
Aquellos?
Estos.
Antes profusión.
Se diría montañas de mierda.
Se diría que cielos.
Camuflajes.
Qué es la Legión Cóndor?
Se diría fijo? Fucsia?
Se diría de púas?
Figuración.
Troncos.
Cepos.
Minas terrestres
(pero acá, a tus pies,
crecen ahora esas
flores azules y violetas).
Se diría mayúsculas.
Toda la tarde?
Entre el lobo y el perro.
Se diría pescadores.
Nada se asemeja.
Un llamado al orden,
y sin embargo truenos.
Hematomas en el lago,
se diría entrever.
Se diría una lluvia de oro?
Eran vagones?
Ahí, hipoglucémico.




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