jueves, 23 de diciembre de 2010

9.20.02 - 9.22.02 (GABRIEL GUDDING) [FRAGMENTO]

(…)

“Ahí está el árbol” dijo Heródoto
“centelleando misteriosamente con cada mirlo.
Podés sacarle el trueno que hay adentro?”

Hice una pausa. A lo mejor era una prueba, no sé.
Era un viejo. Los viejos me molestan. Fruncidos
arrugados pelados esponjosos perros de juguete como bebés
mirando con el cuello erguido un poco asquerosos
pero creyéndose sacerdotales.

Señor, no puedo extraer luz del cielo ni
truenos de los árboles,
he venido a sacarlo de este sitio.
“Esta es mi casa”, dijo Él. Preguntó,
“No es esta mi Halicarnaso natal?”
Dije, “No Señor, este es un lugar de mierda. No podría
describirle realmente cómo es este lugar. De verdad es
una mierda.”
Soy un historiador, dijo Él. Cómo puedo no
saber como llegué a un lugar?

Se quedó parado, con el agua chorreando desde sus tobillos.
Sus pantorrillas estaban enchastradas de barro. No llevaba
pantalón. Su pija era pequeña y
azul. “A veces, Señor, nos quedamos dormidos y el conductor
comete algún error.” “Estoy muerto?” preguntó.
No creo Señor. Diría que se cayó. Su
espalda parece lastimada, todos escuchamos un ruido
y salimos a buscarlo.
Nuestras bibliotecas oyeron el impacto
desde lo más profundo por toda la tierra
fue como un pedo ensordecedor.

Por eso vinimos acá al sótano
de la biblioteca con este
grupo de búsqueda. Y le señalé al grupo de búsqueda.
“Estoy en el sótano de una biblioteca?” No Señor:
vinimos a través de las notas al pie de
Una Historia de Nortumbría, 1820
de John Hodgson-Hinde. Nos pasamos
165 páginas en esa nota en particular. Nadie más
sabe cómo llegó usted aquí.

“Dónde estoy, por el amor de Dios? Y asumiendo
que vos me hayas sacado de ahí”, dijo él,
“adónde voy ahora?”
Hice una pausa. “Usted está en mi libro”, le dije. Hizo
girar sus ojos. “De qué trata?”
Es sobre manejar, Señor. Cómo se llama, dijo él.
“No importa”, dije yo, “Vámonos.”
Pero Heródoto se negó. Dijo,
“Primero la gallina,
esa es la regla.”

Casi le di una piña. Susana estuvo a punto
de perderlo. Afortunadamente había traído
la gallina. Le ordené a Susana que la pelara,
pero Heródoto dijo
que sus gallinas le gustaban con plumas. Di un paso
adelante con la gallina. Mi muñeca se apretó
contra el cuello fino de la gallina. La sostuve
en alto, haciéndola oscilar sobre mi cabeza, como si estuviera
por darle un golpe con ella en la cabeza. Él apenas pestañeó, rabínicamente. Mi corazón
cayó como un kayak chocando contra un témpano. El tipo
quiere su paga, pensé. Incluso en el Hades,
el tipo quiere su plata.

Es un pato, dijo con discreción. No Señor, Una Gallina,
dije yo. Un pato! dijo. Una gallina dije yo. Pato
dijo él gallina grité yo.

Dulcemente dijo pato.

Es una gallina, le aseguré. La rabia me hizo
subir la bilis hasta la garganta, mi lengua por entonces como
una alfombra empujó contra mis dientes.
Todavía sostuve al ave en alto, aflojé
mi boca y empecé a salmodiar,

“Entonces, Heródoto, querido médico,
usted que ha caído tan bajo hasta la Oscuridad
tome por piedad como premio, como pequeña muestra de gratitud,
esta gloriosa, clamorosa gallina.

Para usted que ha caído en su destino final
caído todo este camino hacia abajo.

Y pueda esta gallina
hacerlo levantar.”

La gallina quedó tirada sobre la mesa.

Heródoto
no se movió
no se levantó, y en cambio dijo

“Pensá que me voy a quedar acá
aunque aullés como un cachorro:
al fondo
de tu libro,
el que vos escribiste,
pelotudo de mierda-

estoy como en casa.”

Susana empezó a putear. July dijo cagamos. Yo
estornudé. Nos dimos vuelta y empezamos a caminar. La ruta
no parecía conocida, nada
parecía conocido. Oímos a la gallina
detrás de nosotros, siendo desgarrada. Oímos
detrás de nosotros
un risa estúpida, un cacareo, dijimos que se vaya
a la mierda
y empezamos a caminar más rápido. La oscuridad
se nos vino encima mientras nos íbamos
de ahí. Marga, Marga
tu pelo tan lindo detrás nuestro, me acuerdo qué
hermoso
qué hermoso
y nuestras narices tan amadas.
107 m.91 S hasta 691 O

(…)

No hay comentarios:

Publicar un comentario