En la lavandería ella pide fuego: una
de la Europa del este y la otra
desde el fin del sur. Dos mujeres
casi
misma generación aunque océanos
y guerras en medio. Ella
tomó su chocolate mientras vos
perezosa
pasabas las hojas del libro. Sentadas
bajo iguales tubos fluorescentes
en acompasado
tornado de lavadoras compartimos el mismo
bollito de miel, un cigarrillo y cierto
mirar cansado con las pupilas
perdidas hacia adentro. Una viajera y una
asceta de tapado negro, tal vez
nuevos nombres para nuevas
formas de ver
lavar la ropa o detenerse
palpando el mundo, su estoico
cambio de estaciones en una
casa de cortinas blancas.
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