lunes, 1 de noviembre de 2010

EL MATRIMONIO (RAFAEL ESPINOSA)

Los pasos no se encuentran donde se halla
su sonido, esperarlos mueve los sitios.
La esposa nos hace esa confidencia.

El aspecto del matrimonio aparece
como el polvo sobre los enseres cuando uno
de los dos no existe o ha desaparecido.
Sin ellos, orientados por los rayos
desviados de los marcos de plata, se empieza
a escribir la historia de dos cuerpos
resueltos a dormir y migrar tras sus soplos.

Siempre se quiere escribir, solo por dar caza
al lento desarrollo de partículas.
En su agrícola recorrido
de relato incapaz de encarnarse,
el matrimonio equivale al acto de escribir.
Uno escribe: "lo falso", oyendo skateboards,
y lo pega en un sticker amarillo
sobre el zumbido del refrigerador.
El otro de los dos espera lo verdadero
en las puertas de un parque temático.

La voz de uno, nunca de dos, ha venido
a ser deslizándose con los tiempos
de una cortina que se corre. ¿El matrimonio
siempre acontece dentro de un viaje
aprisionado en la estación de la luz?
Pero si ya es, ya no sería.
La inquietud se conservará pura,
en una neblina lo suficientemente excitable
para confundir un proyecto fenecido
con un arte por hacerse:
tatuajes en pos de su nuca cóncava.

Uno no puede recordar la nuca
del otro y sin embargo el tatuaje
reproduce la flor galáctica
vista únicamente por los dos.
Duerme el ambulante sería mi respuesta
si me preguntaran otros predicados
de ese amor. Rodeado en la avenida
de todo lo que existe como ganancia
y pérdida. Su brazo sueña que coge
una mano. Seguro está donde imaginar
no es tanto forma cuanto una frecuencia,
no primavera sino traducción;
y ocurre la interferencia y la merma
del oído. ¿Qué dijo ahora el amor
que sonó retrasado y osciló hacia
entonces? La felicidad obtura.
Solo sabe que una serenidad
en cierto modo obscena por hallarse
fuera de canon persiste en la anuencia
de los músculos descansados.
Lo que queda entre el no oír y la acera.
Su despertar tiene que producirse
dos veces, en dos situaciones.

Sus tropiezos para despertar establecen
que el impedimento es la dádiva que reciben
los dos que liberan su inmaterialidad al casarse.
Frente al álbum incompleto, el esposo
sabrá que si las toallas o el acantilado
son su figura, los esponsales
en cambio le deben todo a la prohibición.
Es cosa de advertir con encanto
cómo el poema coge su fuerza
de una desolación que lo obstruye.
Alguien debe estar desde siempre
en un sofá de tres cuerpos para tomar el nombre
Pedro y destruir la historia de amor.
Escribir una carta verdadera o falsa,
suspenderla sobre la bruma del océano.
Puede ser un padre o sus libros marcados,
puede ser la muerte de uno ya tendida en el cielo.
Los esposos deben siempre mirar el cielo.
No fue por él que ubicaron la cama
al medio, y le buscaron lámparas Bauhaus.
Les muestra un jardín donde no están ellos.
¿No es contra él asimismo que crean
su propia sublime indiferencia
pintando de blanco las paredes?
Y después les proyectan secuencias,
envolturas y boletos de cine,
hasta verse convertidos
en la imposibilidad de una imagen.
Nada se dibuja por un momento,
ningún cuerpo es vivible y la borradura
de las paredes blancas persiste
todo lo que demora ser suave.

Es el impedimento como clímax.
Será de nuevo el padre o el hijo
favorito del padre amalgamando
cuanto de negatividad tienen las palabras;
fundiendo susurrar con establecer distancia:
será el cielo que refleja al desierto.
Los dos que se contemplan con ojos
colmados de desdoblamiento quedarán separados,
vencidos por la diferencia de masa
que se opone a que una idea
corresponda a lo que asimétricamente descubre.
Desconocerán el sentido
y seguirán lo ondulado.
Acceden al sitio profetizado.
Conocen el tacto perfecto:
no pueden tocarse sino en una pantalla
donde sus nudillos desfallecen, alumbran
corolas de cristal líquido.

Las personas nadan, pronto son píxeles
de una idea muerta. Pienso si el matrimonio
es algo que hacen los cuerpos o un césped
que los crea como un arribo; pienso
en que Julia no sabe dónde está Bernat.
Estar casado parece la agenda
solo posible para el que entra a vestir el cuerpo
de un desterrado político.
La política de estarlo: una suspensión.
Ahora la proscripción pasa por el gusto
de contemplar nuevos árboles
y observarlos ser negados, y negar
a los árboles conocidos.
Ambos existen y viajan
con sus ramas, pero demasiado lentos
para la velocidad con que el casado
aspirado por el mundo externo percibe
y dice: "esa es una astromelia".
El día de hoy se desfigura y recluye
visto tras un vidrio de baño.
Yo voy hacia el exilado
y el exilado se aleja de mí
y habla sobre la vida de las estrellas.
Comprende que la falla de su historia
estuvo en una diferente
rapidez que sus enemigos y él
les reconocían a las mismas palabras.
La ley era sencillamente
una velocidad excesiva.
El espíritu de la revolución era,
por otra parte, un desenvolvimiento.
Y subyugarse a la ceremonia
de que la claridad alcance a sus bordes.
Todo debía acabar de esta manera,
lo lento y diferido
como una culpa, el matrimonio
como lo impedido por los árboles.

En esos días la esposa llevaba
pañuelo y lentes ahumados jugando
a ser retro, copiando el tiempo del amor.
El amor que recoge y frunce la tela
y trabaja con lúcido talento
la indulgencia, el tino y lo hecho despacio
y mientras tanto asciende o baja
hasta el sueño de equilibrio imposible
a abrazar su sentido en el destino;

pues no es amor, es un plan de novela
ni tampoco romance; designio solamente.
Entonces atender a las charlas,
cómo detrás de las grecas de las emisiones
se restaña todo el tiempo el vacío,
nos hará saber: cómo el ritmo es una
cosa y la muerte otra, cómo los deseos
y los pájaros son ritmo y el matrimonio dos
que se casan para la muerte: aves en el video.
Él habló de amor, no es cierto?
empleó palabras prisioneras
de las leyes probabilísticas
y en el recorrido de las ilusiones
todo se desvanecio, salvo un sonido
inaudible en la memoria, el oro
de un ligero dolor de cabeza.
Quiso decir que el matrimonio
es pensamiento y dolor.

En adelante, la dicha concierne
a descrifrar qué es una cabellera.
¿Qué es el peso de la esposa
sobre la espalda cuando se le lleva
como una góndola de luz oblicua,
cabellera tratada con placenta y sábila?
Cargar se hace la delicia de la unión;
cargar hacia la orilla y entre los coches,
por afuera de los años.
Hay ahí un movimiento
escapado a las reglas de un acto.
Una sola forma de sacrificio
para veinte modos de peinarse.
Y confundir qué es materia
y qué es mente mientras se palpa una hebra
de pelo para ser guardada
en una cajita pintada a mano.
-Que se endurezca el pelo en un mundo
de nuevo acelerado sería sentir celos.
El pelo es performance de un canario:
un acorde en el alma al evocarse.
Como cosa pensada, él se propone
como su propio postulado.
Queda unido a un pincel deslizado
que medita triples sentencias:

El ibis camina sobre los lotos
del río sin precipitarse al agua.
Es capaz de vivir sobre las láminas.

El vuelo en ala delta limpia la urbe
de transitoriedad. La altura suaviza.
Las personas se convierten en estilos.

El esposo no habrá penetrado nunca
a la esposa. La esposa no formará parentesco
con el esposo. La esposa pinta y se peina.










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