martes, 2 de noviembre de 2010

PUTOS CABRONES, PEORES QUE POLÍTICOS Y ANALISTAS... (RAFAEL ESPINOSA)


Putos cabrones, peores que políticos y analistas

políticos, no notan que el pederasta lleva fervor

y el lavacarros estructura social a su encuentro

de cada semana. Uno es por soledad aglutinada

en los testículos, el otro debido a encantamiento

con la voz patronal, mientras el dinero si sombrea

de poder los cuerpos, solo es como término derivado.

Lo explícito, como siempre, usurpa la fuerza

de lo implicado, pero si propulsado por la energía

nuclear del orden de clases, un petardo de semen

les diera en la cara, de nuevo errarían el juicio:

creerían los putos cabrones que es caca de pájaros,

como una metáfora teledirigida de los gobernantes

de la que se pueden inferir baja de impuestos

y feriados largos. ¡Y se reirían! bajo el sol de estío,

las caras blanqueadas, payasos de la inmortalidad.

No pueden ver en el astro sino cambio de horario.

No pueden concebir que el movimiento existe,

ni que no ocurre entre dos puntos sino que los hace,

como un tarareo que luego es mano que escribe,

acontecer. Sí, son harto veloces, toman ascensores

de motor lineal del piso de abajo al piso de arriba

y con suerte las compuertas los dejan en otro año

aunque en el mismo día. Eso es lo que Dios concede:

la vuelta sin haber salido de casa. Circularidad.

Menstruación. El sol y la luna. Y en torno

del Centro (de Convenciones / Cultural y de Artes)

el cumplimiento de las profecías de los padres

y la más amplia variedad de tatuajes para embellecer

con cristos sangrantes y dragones la eternidad.

Entre tanto, no perciben la eternidad de cada micra

de agua al embeber cada micra de piel: no saben

ir con su cuerpo a la playa; no saben sumergirse

en el cauce: no saben nadar en el cauce del cuerpo.

Los putos cabrones terminan cachando con un pene

de terno, y aceptado que somos mucho menos

que lo que pudimos ser pero somos asimismo

mucho más que lo que otros soñaron tener, ahora

es necesario que sean sin complejos libres.

Una seguridad en los propósitos, una coquetería

para aceptar como plausibles los fines contrarios,

y emociones controladas y estar junto al mar,

sometiéndolas al diseño limpio y meditado

de una copa de martini. Arriba están las estrellas

como espectáculo y ellas mismas como testigos

de orden, composición y acabado en los affaires

terrenos. Después de todo, aun cuando pudieron

quedar mejor, no se hicieron las cosas mal. “Lo

perfecto es enemigo de lo bueno” dicen los maestros.

El cielo es perfecto, pertenece a nuestro balneario.


O después de pedir subvenciones, los putos cabrones

que escriben versos: “mis manos son ruiseñores

que te desnudan en tu bosque”; “nuestras lenguas

serpientes que ferozmente se devoran... ... ¡¡y calla

mierda!! ... ... El ofidio, entre el matorral, posee

menos mentiras y mucha más nobleza: mira

a la rata cuando mata como los putos cabrones

le ponen el culo en vez del corazón a las palabras:

no saben ir con su cuerpo a las palabras, no saben

que el cuerpo es aire, y una ventisca brusca,

conocimiento: cristales y oscurecimiento. Peores

que políticos, creen que el movimiento restaura,

que la Corriente de Humboldt trae siempre

el mismo navío romántico, en cuya dignidad

no consiguen ser navegantes, en su estela de oro

coser una glándula de deseo: la fe de un hombre.

Un hombre, si lo es, es una araña que elabora

con su baba constelaciones lisérgicas al servicio

de la lluvia que las orla, del viento que las arruina.

Camina y oye, camina y ve, camina y toca

y después echado en su cama no recuerda nada

a no ser el bip de un disperso goce. Así ama.

¿Qué sería entonces la libertad, si no paseo,

fuera objeto? Algo que dejó de ser un cuerpo

persigue un vacío que asimismo se rehúsa

a serlo, eso somos y por esa causa contamos

los kilómetros recorridos mientras destruimos

con cada nueva estación de servicio el pasado.

¡Y los putos cabrones, más viles que entrevistadores

políticos, pretenden hacernos entrar diciendo

que nos llevan a pasear. Al jardín de la democracia

donde confunden cheflera con palo de brasil

y llaman a tal hecho reglas de convivencia.

Les tienen sin cuidado las plantas, no sospechan

que sean las ideas las torsiones imperceptibles

sonsacadas de su voluptuoso fototropismo.

Solo les basta tener jardineras e informarse

sobre control de plagas, protocolos para mantener

las cosas aparte. No han respirado las hojas;

no saben que mente es fragancia y neurotransmisores

que van del temblor a la memoria, sin calmar uno,

perdiendo a la otra siempre. No hallan ahí drama

y anhelo, tampoco de otra manera. En realidad

la que decide es la marcha en piloto automático,

y alejarse del tiempo lo más establemente posible

para copiar el verano anterior. Otros, en paralelo,

buscan que los supermercados costeen sus libros

con epígrafes de César Calvo. No saben

rezar: dicen sermones y palabras falsas, jugadas

tramposas en la bolsa de valores, los putos cabrones.




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